"Apuntes del subsuelo" Fragmento IV
Creo que cometí un error al empezar a escribir mis “apuntes”. Por lo menos me he sentido avergonzado mientras he estado escribiendo este relato: así, pues, no se trata de literatura, sino de un castigo expiatorio. Contar, por ejemplo, en largos relatos cómo he malogrado mi vida pudriéndome moralmente en un rincón, por falta de medio ambiente, por la costumbre de apartarme de todo lo vivo y de permanecer lleno de vanidoso rencor en el subsuelo, no resulta nada interesante, ¡palabra de honor! En la novela hace falta un héroe, mientras que aquí se han reunido adrede todos los rasgos de un antihéroe, y lo principal es que todo esto produciría una impresión de lo más desagradable, ya que todos hemos perdido la costumbre de vivir, todos cojeamos, unos más, otros menos. Hemos perdido esa costumbre hasta tal punto que, a veces, sentimos cierta repulsión por la verdadera “vida viva”, y por eso no podemos sufrir siquiera que nos la recuerden. Hemos llegado incluso a considerar la verdadera “vida viva” casi como un trabajo, casi como un servicio, y en nuestro fuera interno todos estamos de acuerdo en que es mejor atenernos a los libros. ¿Y por qué nos afanamos a veces, por qué hacemos el tonto, qué pedimos? Ni nosotros mismos lo sabemos. Si se cumpliesen nuestros locos deseos, estaríamos peor. Veamos, si no: que nos den, por ejemplo, mayor independencia, que lo intenten, que desliguen a cualquier de nosotros de sus trabas, que amplíen el círculo de actividades, que aflojen la tutela, y nosotros… ¡se lo aseguro!, volveremos a pedir en el acto que nos sometan a tutela. Sé que, tal vez se enfadarán conmigo por eso, me insultarán, darán patadas en el suelo: “¡Hable, me dirán, de usted mismo y de sus miserias del subsuelo, pero no se atreva a decir: “Todos nosotros” Permítanme, señores, yo no me justifico con ese todos nosotros. Po lo que a mí se refiere, en mi vida no he hecho sino llevar hasta el extremo lo que ustedes no se atreven a llevar ni hasta la mitad, y aún consideran su cobardía como sensatez, y así se consuelan, engañándose a sí mismos. Así que yo, tal vez, esté “más vivo” que ustedes. ¡Pero dense cuenta! Ahora no sabemos siquiera dónde vive lo vivo ni cómo es, ni cómo se llama. Déjennos solos sin libros y al punto nos embrollaremos, nos perderemos sin saber qué hacer, ni a qué adherirnos, ni qué defender. ¿Qué íbamos a querer o a odiar, qué íbamos a respetar y a despreciar? Nos abruma incluso el ser hombres, hombres con auténtico, propio, cuerpo y sangre; nos avergonzamos de ello, lo consideramos como un oprobio y pretendemos ser unos hombres genéricos, como no existen ni han existido. Hemos nacido muertos y hace tiempo que nacemos de padres que ya no viven, lo cual nos agrava cada vez más y más. Le vamos tomando el gusto. Pronto inventaremos la manera de nacer de alguna idea. Pero basta, ya no quiero seguir escribiendo “desde el Subsuelo”.
F. M. Dostoyevski