La cafetera de Beethoven

Uno de los defectos de la educación superior moderna es que hace demasiado énfasis en el aprendizaje de ciertas especialidades, y demasiado poco en un ensanchamiento de la mente y el corazón por medio de un análisis imparcial del mundo. Bertrand Russell

miércoles, agosto 31, 2011

"Apuntes del subsuelo" Fragmento III


¿Por qué solía ocurrir que en los instantes, sí, precisamente en los instantes en que me sentía capaz de percibir toda la sutileza de “lo más bello y sublime”, como solíamos decir en tiempos, dejaba de percibirlo, como adrede, y cometía acciones tan bochornosas, acciones… bueno, en una palabra, que aunque hechas por todos, venían a ser cometidas por mí, como adrede, en los mismos momentos en que más cuenta me daba de que no debía hacerlas? Cuanta más conciencia tenía sobre el bien y todo “lo bello y sublime”, más hondo descendían en mi charca y más capaz era de hundirme en ella por completo.
Pero el rasgo principal era que todo esto no me ocurría, al parecer, por casualidad, sino como si así debiera ser. Como si ese fuera mi estado normal, y no una enfermedad ni un vicio, de modo que acabé perdiendo todo deseo de combatir ese vicio. El asunto finalizó quedándome casi convencido (tal vez convencido del todo) de que se trataba de mi estado normal. Al principio, sin embargo, ¡cuánto sufrí en esa lucha! No creía que a los demás les ocurriera lo mismo, y por ello lo guardé en secreto durante toda la vida. Me avergonzaba (tal vez siga avergonzándome incluso ahora). Llegaba hasta el punto de experimentar un placer oculto, anormal, ruin, cuando de regreso a mi rincón, en alguna detestable noche petersburguesa, tenía clara conciencia de haber vuelto a cometer una villanía y de que lo hecho ya no tenía remedio. Me mortificaba interiormente, por dentro me roía, me roía a dentelladas, me torturaba y me retorcía hasta el punto de que la amargura tornábase, al fin, en vergonzoso y maldito dulzor y, en último término, en franco y hondo placer. ¡Sí, en placer, en placer! Insisto en ello. Hablo de ello porque quisiera saber si a los demás les ocurre lo mismo, si tienen esa clase de placer. Se lo explicaré: el placer me lo producía, precisamente, la clara conciencia de mi propia bajeza, el sentir que había llegado ya a lo último, que eso era abominable, pero que no podía ser de otro modo.

F. M. Dostoyevski

lunes, agosto 29, 2011

"Apuntes del subsuelo" Fragmento II


Esa observación me hizo daño. Esperaba otra cosa.
No comprendí que ella se cubría adrede con esa burla, que tal es el habitual y último recurso de los que son tímidos y castos de corazón cuando alguien intenta penetrar brutalmente y con insistencia en su alma, el recurso de aquellos que hasta el último momento no se rinden por orgullo, temerosos de manifestar sus sentimientos. La timidez que demostró al intentar su burla debía haber sido suficiente para que lo adivinase. Pero no adiviné nada y un sentimiento malvado se apoderó de mí.
“Ahora verás”, pensé yo.

F. M. Dostoyevski 

sábado, agosto 27, 2011

"Apuntes del subsuelo" Fragmento I


¡Y qué dulce es hacer las paces después de la riña! ¡Pedir perdón o perdonar! ¡Y qué bien se encuentran ambos, qué felicidad experimentan de pronto, como si acabaran de conocerse, como si acabaran de casarse, como si su amor empezara de nuevo! Y nadie, nadie debe saber lo que pasa entre marido y mujer, si es que se quieren. Si surge entre ellos alguna riña, no deben tomar por juez ni siquiera a su madre, ni contar nada el uno del otro. Ellos mismos son sus jueces. El amor es un misterio divino que ha de ocultarse a ojos ajenos, ocurra lo que ocurra. Así se santifica, se hace mejor. El uno respeta al otro y en el respeto se fundan muchas cosas. Y si hubo amor entre ambos, si por amor se casaron, ¿por qué va a terminar el amor? ¿Es que no hay modo de mantenerlo? Raro es que no pueda mantener. Y, además, si el marido es honrado y bueno, ¿por habría de acabar el amor? Es cierto que el primer amor de casados pasará, pero le sucederá otro, todavía mejor. Se fundirán sus almas, todos sus intereses serán comunes, no tendrán secretos el uno para el otro.

F. M. Dostoyevski 

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