La cafetera de Beethoven
Uno de los defectos de la educación superior moderna es que hace demasiado énfasis en el aprendizaje de ciertas especialidades, y demasiado poco en un ensanchamiento de la mente y el corazón por medio de un análisis imparcial del mundo. Bertrand Russell
martes, noviembre 23, 2010
sábado, noviembre 20, 2010
Capítulo 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.
J. Cortázar ("Rayuela")
miércoles, noviembre 17, 2010
¿Qué os sugiere el capítulo 68 de Rayuela? ;)
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incompelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia.
Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”
Julio Cortázar ("Rayuela")
miércoles, noviembre 10, 2010
La pena de muerte
FRAGMENTO DE "EL IDIOTA"
-Por lo menos, bueno es saber que cuando la cabeza rueda no sufren mucho.
-Acaba usted de hacer la observación que hace casi todo el mundo y que es cierta. Precisamente la guillotina se ha inventado para evitar sufrimiento. Pero yo pienso siempre: ¿y no será peor así? Quizá a usted se le antoje mi idea ridícula y absurda, pero cuando se tiene un poco de imaginación ¡se le ocurren a uno tantas cosas! Reflexione usted. Si se trata, por ejemplo, de un hombre al cual se somete a la tortura, existe el sufrimiento, las heridas, la agonía corporal que distrae del dolor espiritual, y así, hasta el momento mismo de la muerte, sólo sufre de las heridas. Porque el mayor y peor padecer quizá no es el que infligen las heridas, sino la certeza de que dentro de una hora, de diez minutos, de medio minuto, ahora mismo, el alma se te escapará del cuerpo y dejaras de ser un hombre, y saber que esto ocurrirá fija, irremisiblemente. En la guillotina, lo terrible se concentra en un solo instante, mientras tienes la cabeza expuesta a la cuchilla y oyes como ésta se desliza hacia tu cuello. No vaya a creer que todo es idea mía solamente, sino que así lo piensa mucha gente. Estoy tan seguro de ello, que voy a exponerle francamente mi opinión. Cuando se mata a un hombre legalmente, se comete un crimen mucho mayor que el que cometió el mismo reo. El viajero a quien apuñalan unos forajidos en el bosque tiene esperanzas de salvarse hasta el ultimo momento. Se han dado casos de hombres con la garganta seccionada que no perdían la esperanza de huir, o que pedían que se les perdonase la vida. Y esa ultima esperanza que hace diez veces más fácil morir, desaparece a causa de esa sentencia irremisible: saber que debes morir. La mayor agonía estriba entonces en el hecho de que sabes que vas a morir, y ninguna tortura peor que esa. Durante una batalla puede llevarse al soldado hasta la boca misma de los cañones. No perderá la esperanza hasta el momento mismo en que disparen contra el. Pero léale a ese mismo soldado su sentencia de muerte y romperá a llorar o se volverá loco. ¿Cómo es posible suponer que un hombre sea capaz de soportar una cosa así sin volverse loco? ¿Por qué esa mofa cruel, abyecta, innecesaria? Quizá exista un hombre al que después de haberlo sentenciado a muerte le hayan otorgado el perdón. Sólo ese hombre podría contarnos su agonía. De ese tormento y de ese horror nos habló Cristo. ¡No, al hombre no puede tratársele así!
Fedor Dostoevski